lunes, 1 de febrero de 2016

El día que decidí no correr

Mi vida hace ya, casi dos años era CORRER. 

Ese era el verbo único en mi vida, correr. A veces incluso tenía la impresión de que no vivía, sino corría. 
Así era mi día a día de Lunes a Domingo, práticamente, ya que los fines de semana, seguía corriendo, porque tenía que hacer, todo lo que no podía hacer entre semana: la ropa, lavadoras, cocinas, limpieza y organización, compra al súper, ver a mi familia, intentar ver a mis amigos, estar con mis hijos y salir con ellos, intentar hablar con mi marido, porque entre semana, a penas nos veíamos ni hablábamos,... en definitiva, en dos días, concentrar lo que sería una vida "normal", ya que de Lunes a Viernes no había vida, sólo trabajaba, por lo tanto, CORRIA. Mi hijo mayor algún domingo me llegaba a decir: "mamá, ¿hoy también corremos?.

La verdad es que mi vida profesional ha sido un altibajo como una montaña rusa, donde las dos principales bajadas fueron la maternidad y la crisis.
Estuve doce años trabajando en el sector del automóvil, y en época de vacas gordas y sin carga familiar, todo fluía de maravillas, pero... ¡ay! cuando llegaron los hijos y esa temida crisis...
No voy a entrar en lo difícil que lo tenemos en este país para conciliar vida familiar y laboral sin tener que sacrificar alguna de ambas, que sí, que hay leyes, pero luego la realidad es otra, porque vives con el miedo continuo al despido si respiras más de la cuenta, y siempre en ese continuo modo "excusa" que es el pecado de tener hijos... porque claro, la carga para la gran mayoría de empresas (no quiero ser injusta y generalizar) la tenemos nosotras, solo nosotras, con "as".... Ni que contar que hayas dado tus mejores años, horas a destajo, trabajando para sacar proyectos que creías que eran tuyos, pero claro...no lo eran, era de la empresa... después podía venir otro y hacerlo peor o mejor, da igual, pero lo hacía, total, tú habías salido de la foto esas malditas "16 semanas".
Pero bueno, eso ya pasó... pero si os digo una frase que me dijo la persona que se deshacía de mí, lanzándome a la cara mi gran infidelidad..."Es que apostaste más por tu familia que por tu proyección profesional"... para morirse.

Cuando estás moralmente en el subsuelo, en el "hoyo", como dice una gran amiga, porque no hay más fondo que el núcleo del planeta tierra  para bajar, ya que la autoestima ha desaparecido de tu vida, los demás empiezan a opinar y tomar decisiones por ti. Y claro, así volví a lo que no quería, pero como estaba tan mal, no sabía discernir lo que quería de lo que no, o más bien, si que lo sabía, lo que pasaba es que estaba tan "flojita" que no era capaz de hacer ver lo que sentía... Así que volví a lo de antes, pero incluso peor. Recuerdo esa etapa de mi vida y siento que era de la más oscura que viví, familiar, profesional y sobre todo, interiormente.

No veía a mis hijos entre semana a penas... había días que los veía en pijama al irme, y cuando volvía, seguía viéndolos en pijama o ya dormidos... estaba tan cansada, pero sobre todo psicológicamente, que me olvidaba de cosas principales: mi madre y sus cosas médicas, la ropa de deporte de mi hijo mayor en la mochila, de llamar a mis amigas que tenían sus dificultades, de los preparativos de boda de tu sobrina-hermana,... cosas, que parecen tontas, pero son las cosas cotidianas donde están los tuyos, tu vida, tu esencia...
Recuerdo que me metía en los baños del trabajo y lloraba, lloraba y lloraba, para descargarlas y no se notara cuando volvía a mi puesto de trabajo. Porque cuando al menos te gusta lo que estás haciendo, aunque te pese, sientes algo de gratitud, pero cuando no te gusta, la frustración es de un calado incalculable dentro de ti.
Pero hubo algo que hizo que empezara a despertar o revivir, más bien.

Una mañana, de las que me tocaba llevar a mis hijos al colegio y guardería respectivamente, me levantaba como siempre, ya acelerada, montada en la moto, corriendo, con angustia y ansiedad, porque un minuto de retraso, conllevaba cogerme el atasco de turno, por lo consiguiente, llegar tarde, así que desde que despertaba a mis hijos y los dejaba en el cole, no salía de mi boca otra frase: "¡date prisa!". Por entonces tenían, 6 y 2 años, y claro, ahora a toro pasado, veo que....¡eran niños! Se distraen con la pelusa que pasa, ya que... "¡oh, vuela esa cosa por mi cuarto y sube hasta el techo! "(ahora disfruto con ellos de esa pelusa que sube y sube) y ya se le olvidaba que estaba poniéndose un calcetín... en definitiva, os podéis imaginar una madre loca, histérica, vistiendo niños, vistiéndose, desayunos, mochilas... que os voy a contar las que lo vivís todas las mañanas... y yo con la frasecita, dale que te dale..."¡date prisa, date prisa!". Al salir por la puerta de casa con todo lo colgable, colgado: el bolso, el abrigo, la bolsa de la comida, la mochila, la muda, el pequeño en brazos, las llaves de casa y del coche... Creo que os hacéis cargo de la situación, iba delante mi hijo mayor, y como niño, iba a su paso (como es natual, la vida se nos escapa a nosotros, no a ellos), cuando, yo, como mujer que la lleva el diablo, le pegué un empujón para que aligerara, con tal mala suerte, que le cogí en mala postura, y cayó de bruces al suelo, sin darle tiempo de poner las manos. Se levantó con sangre en la boca y lo peor fue su cara, aún la tengo grabada, su cara de pavor de no entender nada, de que le pasa a mi madre, que he hecho mal,... esa cara, con esa mirada en la que, has dejado de ser su mamá a convertirme en una milésima de segundo en una completa desconocida.
Ni os imagináis el día que pasé. Lloré desconsoladamente, y me sentía tan tan desgraciada... que ahí, saltó la chispa en mi cabeza, y sobre todo en mi corazón.
Así que de esta guisa, en el momento que me dijeron que me renovaban, sentí una opresión, y cuando me dijeron que me rescindían, una liberación interior. Era justo lo que quería que pasara pero no era capaz de hacer por mí misma y ahora agradezco ese empujón.

De esta manera, empieza mi búsqueda en el mundo, convencida absolutamente, que jamás querría volver a vivir eso y que mi familia se merecía lo mejor de mí. Porque cuando tú estas bien, alrededor tuya, empieza a estar todo bien, y no es más, que el reflejo de lo que tú proyectas al mundo, y que más mundo que tu mundo familiar. Por lo tanto, empezó en mí, las bases de lo que no quería y si quería, y empecé hacer balance, a poner en una balanza, un sueldo fijo a costa de todo, o un sueldo 100% variable, pero en el cual, soy dueña de mi tiempo, de mi vida, de mis decisiones y de lo que quiero o no perderme, haciendo  algo que me realizara y por supuesto y lo más importante, no perderme nunca más un día de sus vidas... porque ese día se va y no vuelve...

Y así, me convierto en asesora, haciendo como profesión un hobbit o más bien una de las pasiones que tenía, el mundo de la belleza.
Venía de un mundo de hombres, y me enamoro este maravilloso mundo de mujeres, donde la filosofía es buscar el bien ajeno, las prioriades deben estar en orden y donde no hace falta renunciar a nada, sino todo lo contrario, ajustarlo a tu vida. 
Ahora me siento dueña de mi vida, realizada con mi trabajo, bien lo expresa el halago más bonito que me regaló una de mis adoradas chicas hace unos días: había florecido profesionalmente... llena de energía todas las mañanas para levantarme de la cama, he descubierto cualidades que jamás pensé que tenía, he crecido personalmente y sobre todo he hecho posible, estar  en la vida de mis hijos cada día, consiguiendo un clima familiar sereno para cada uno de nosotros cuatro.

No os voy a engañar y decir que todo es de color de rosa... las dificultades están de todas la índoles: miedos, inseguridades, incomprensión, mentes cortas, falta de apoyo, económicas, competencia... podría enumerar más de una centena, pero mis ganas, mi visión, mi ilusión, y sobre todo, mis motivos, son tan grandes, que todas esas dificultades van pasando a segundo plano.

Espero este año, poder decir...¡lo conseguí!, de saber que existe otra posibilidad de ganarse la vida, diferente a lo que marca la sociedad, de que se puede compaginar un trabajo sin renunciar a una proyección profesional, y a su vez, y lo más importante, pudiendo compaginar mi familia con todo ello.
Y sino llegará a conseguirlo, al menos, me quedaré con la enorme satisfacción de que puse toda la carne en el asador y que lo intenté.



El que no arriesga no gana. Yo arriesgé y por lo tanto, ganaré.